lunes 27 de diciembre de 2010

La savia popular revitaliza al arte hondureño.


Helen Umaña

El portal
, a la entrada, con símbolos teatrales sobre la simulada y gris pared, nos pone sobre aviso: entramos a una región en donde, por algunas horas, la imaginación y la creatividad imperan. Estamos en un espacio público ganado al boicot oficial que las desterró del centro de la ciudad.
La tortuga es inmensa y sobre su bien delineado caparazón porta un mapa de Honduras: «Representa al país porque su desarrollo es muy lento, como el paso de la tortuga», nos explica un niño que no va más allá de los doce años.
Otra escultura reproduce a un conocido personaje de las series infantiles televisivas. El amarillo intenso refulge al espléndido sol de la mañana triniteca. La larga cola simula mortífero rayo: «Este es PicaEneeChú: sólo perdona las deudas de los ricos pero no las de los pobres», indica el pequeñín.
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