Lunes 05 de Octubre de 2009 01:11
"Viva, Mel, viva Mel" repetían una y otra vez los 38 campesinos enviados a prisión por el gobierno de facto, mientras el custodio abría la reja que les separaba de su libertad y de la lucha que emprendieron hace más de 90 días.Tegucigalpa. Al estilo de las peores dictaduras vividas en Honduras en el transcurso del siglo anterior fueron capturados y llevados a la cárcel, 38 campesinos que custodiaban documentos en el Instituto Nacional Agrario.
El ingreso para verlos no era tan fácil. Un rotundo "no" de los encargados de centros penales, fue la primera respuesta recibida al solicitar el ingreso para medios de comunicación y para tomar fotografías de los presos políticos.
Los policías penitenciarios estaban por todos lados y en sus rostros también prevalecía el cansancio de la crisis desencadenada desdel el 28 de junio, cuando se dio golpe de estado a Manuel Zelaya Rosales.
"Estoy harta de todo esto, tengo 60 días de estar aquí, se me está cayendo el pelo ya, ojalá que Mel me mande una peluca, porque por culpa suya estamos así" dijo una de las celadoras que registraba el ingreso a la cárcel de hombres, Marco Aurelio Soto, ubicado al norte de Tegucigalpa.
Al final cuando se logró la autorización para ingresar, mandaron a sacar a los detenidos. En uno de los extremos una enorme pintura que decía "Casa Blanca" el sitio destinado a los encarcelados de máxima seguridad.
De una de las celdas, empezaron a salir uno por uno, los 38 campesinos que fueron trasladados el jueves en horas de la noche hacia el centro penal.
Lucían sudados, cansados, sus rostros ojerosos, la mayoría de ellos bastante delgados y algo silenciosos, se dirigieron hacia donde estaban los representantes de una organización de Derechos Humanos que les visitaba.
Eran cerca de las tres de la tarde y estaban tan hambrientos que cuando empezaron a darles comida, parecía ser el último bocado que probaban en sus vidas.
El menú de ese día, seguramente como el de todos los días, fríjoles fríos, cocidos, arroz y tortillas. La ansiedad se evidenciaba en sus manos y en la forma como se llevaban la comida a la boca, tan rápido como si alguien se los iba a arrebatar, tan apresurados como si fuese en la selva, donde una jauría podía privarlos del gran manjar.
Mientras comían, sin siquiera masticar, hablaban y contaban a los abogados presentes cómo los habían tratado.
Alguién los golpeó, les preguntaron: sí dijeron, pero solo a uno de nosotros. Nada más nos insultaban y nos decían de todo en el camino, cuando veníamos para acá.
"También ellos, la policía, traían sus rostros tapados con pasamontañas, no nos dejaron ver a nadie, solo cuando llegamos aquí ya nos estaban esperando", comentó uno de los detenidos.
Los guardias, alrededor obsevaban fijamente, uniformes azúles y blindados con todo tipo de armas. Algunos gritos al fondo y en otros extremos solo se podía observar la ropa tendida de los prisioneros.
Pero esto parecía no amedrentar a los campesinos; lo que había en sus rostros era más cansancio y la expectativa de que pronto llegará su libertad.
"Cuando llegamos aquí nos encerraron en una sola celda, allí dormimos un par de horas, usted sabe uno con sueño aunque sea el suelo se siente bien, porque nos ha tocado el puro suelo en estos días, tal vez hoy podemos dormir un poco más", dijo otro de los detenidos, a quien denominaron como el líder del grupo.
Después del interrogatorio, que hicieron los abogados de la ONG, uno de los custodios tomó en su mano una lista y empezó a nombrarlos para que hicieran ingreso a la celda
Poco a poco fueron entrando. Y cuando todos pasaron la puerta del área, donde están los reos en espera de juicio, empezaron a gritar y a dar vivas a su líder...
"Viva Mel, viva Mel" decían una y otra vez, al tiempo que varios de ellos decían deseperados "Mel vení sacanos".
Los otros reos empezaron a aplaudirlos y a gritar con ellos. "Son nuestros héroes" decían los detenidos que les acompañaban en el módulo, acusados de todo tipo de delitos.
El portón de metal se empezó a cerrar, el custodio tomó un enorme candado y lo presionó como si se tratáse de una condena perpetua. Ellos poco a poco se fueron acercando a las rejas, sus miradas angustiantes, sus rostros quemados del sol, el mismo que cala en el campo, mientras trabajan la tierra para lograr el sustento de sus familias.
Ahora esperaran un juicio, acusados de sedición en contra del estado de Honduras. Por más de 90 días se tomaron las instalaciones del Instituto Nacional Agrario, INA, donde dijeron estaban cuidando títulos de propiedad y documentos de expropiación que garantizaban que tierras ociosas, propiedad de grandes empresarios, líderes políticos y militares del país, se pondrían a la orden de quienes no tuvieran acceso a ellas.