sábado 17 de octubre de 2009

Los santos óleos

De diario Tiempo

Marco Antonio Madrid

Esbozando una sonrisa —quizá en su interior lanzando la estruendosa carcajada de Aristófanes— el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) Miguel Insulza, hizo una clasificación sucinta de las constituciones conocidas hasta ahora por él y ejemplificó que hay constituciones blandas, duras y la de Honduras. Oscar Arias, presidente de Costa Rica, acaba de calificar la carta magna hondureña como un adefesio.

Toda Constitución es un pacto social en lo jurídico-político y es producto de un poder constituyente, tiene carácter de norma suprema y, en la concepción jurídica piramidal de Hans Kelsen, es la norma que da lógica a todo el sistema. En la estructura constitucional hay una parte dogmática que tiene que ver con las garantías constitucionales o derechos fundamentales con base en el derecho natural que es el asidero de todo derecho positivo. Algunos de estos principios son, por ejemplo: dar y reconocer al otro lo que le es debido en justicia, cumplir las obligaciones, pagar las deudas, no ser juez y parte en el mismo proceso, respetar la vida y a la persona humana, el derecho de todo ser humano de ser oído y darle la oportunidad de probar defensas, etcétera.

En el derecho constitucional hay un principio de rigidez que se explica en el sentido de que una norma suprema designa un proceso específico para su propia modificación. A estas leyes rígidas se les conoce como artículos pétreos, mas en el fondo no son totalmente pétreos, ya que el artículo que les da esa calidad puede modificarse o derogarse y en consonancia modificar o derogar la rigidez de la normativa suprema. En la Constitución de Honduras hay artículos más pétreos (del latín petreus, de piedra) que las piedras, ya que las rocas con el tiempo y como producto de la erosión cambian, convirtiéndose en polvo y arena.

Analicemos ya en la praxis algunos de los pétreos. Veamos el artículo 4 que nos señala la forma de gobierno republicana, democrática y representativa. “Ejercida por tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, complementarios e independientes y sin relación de subordinación”. ¿Qué hondureño bien nacido puede, al tenor de los hechos, aseverar semejante mentira? Estos tres poderes han sido siempre espolios usufructuados por una clase oligarca tradicional, estos individuos se vuelven reumáticos en el poder, verdaderos dinosaurios que les van legando el mando a sus hijos, los famosos bebesaurios de la política hondureña.

Los jueces y fiscales actuaron con esmero e inusual diligencia en contra del proyecto de la no vinculante encuesta ciudadana y del presidente Manuel Zelaya, celeridad que no se muestra en otros casos donde no hay ningún interés económico ni político. El 26 de junio a las cuatro de la tarde se presenta contra el Presidente un requerimiento fiscal y en cuestión de horas el juez de la sala laboral, Tomás Arita Valle, acepta y emite el mismo día una orden de captura que se ejecuta hasta el domingo 28, cual emboscada matrera, con nocturnidad, alevosía y ventaja.

El artículo 4 al igual que el 374 nos señala la alternabilidad en el poder. “La alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República es obligatoria”. ¿Cuál alternabilidad? Si aquí sólo hay un partido, el rojo azul, al cual llaman partido berenjena, ya que el color violeta púrpura de ese fruto es el resultado de la combinación del azul y el rojo, colores insignias de los partidos Nacional y Liberal, respectivamente. Cuando el panameño Ricardo Maduro quería ser presidente de la República, los políticos liberales se oponían, argumentaban que él no era hondureño por ius soli (nacimiento, derecho al suelo) ni por ius sanguinis (derecho de sangre).

Al final de tantas acaloradas discusiones, los oligarcas berenjenas, conscientes de que necesitaban un empresario en casa presidencial, llegaron a la feliz conclusión de que Maduro era hondureño por vía sanguínea, ya que la abuela de su abuela de Ricardo Maduro tenía un ascendiente guatemalteco-hondureño y le dieron orden a los liberales Lisandro Quesada, presidente del Tribunal Nacional de Elecciones, y a Rafael Pineda Ponce, candidato a la presidencia de las milicias eternamente colochas (liberal), de no siguieran con la bronca y olvidarse del ius soli, el ius sanguinis y del iuscarán (para los extranjeros que leen estas líneas, Yuscarán es la marca de un guaro peleón o como diría el poeta Jorge Luis Borges “un alcohol pendenciero”). De esta forma, en clara violación de la carta magna, el canalero llegó a ser presidente de Honduras. Micheletti reformó los artículos 240 y el 239 para tener vía libre y lanzar su candidatura presidencial, que fue rechazada en las urnas por el pueblo, pero como no pudo con los votos, se puso las botas. Elvin Santos es el actual candidato de los liberales a la primera magistratura de la nación, en manifiesta violación del artículo 240. David Matamoros Batson y Enrique Ortez Sequeira son parte del Tribunal Supremo Electoral, contrario a lo estipulado en el artículo 52 que manda y prohíbe a los que estén desempeñando cargos directivos en los partidos políticos legalmente inscritos ocupar un asiento como magistrados en ese tribunal.

Bien, creo que la hilaridad de Insulza y el adjetivo calificativo de Arias son justificados, aunque Pepe Lobo finja que se rasga las vestiduras y Elvin Santos ponga cara de bobo regañado. Como ya lo apunté, puede haber una rigidez constitucional, pero de ahí a ponerle una camisa de fuerza jurídica a una sociedad es el colmo de las estupideces y los desatinos. No sé de dónde nace el instinto gregario en el hombre; unos sostienen que emana de su bondad y otros argumentan que es de su naturaleza egoísta. Esto entraña una bonita discusión filosófica, mas, primun vivere, deinde philosophari: “primero, vivir; luego, filosofar”, reza la vieja frase latina. La sociedad hondureña se hunde en la miseria, mientras nueve familias y sus desvergonzados amanuenses, cual lumpen política, se reparten cada cuatro años el Estado como un botín de guerra. Moncada Silva, abogado constitucionalista —que al igual a otros profesionales del derecho que militan en la resistencia no ha hipotecado su criterio jurídico— sostiene que nuestra carta magna está desfasada. Yo creo que está buena para envolver cominos. En lo que a mí respecta, que le preparen capilla ardiente y que se busquen al cardenal, quizá su reverendísima eminencia quiera darle los santos óleos, la extremaunción.

Escritor y catedrático universitario
madrizel2005@yahoo.com