miércoles 05 de agosto de 2009

Carta al General RoVa



Elba Lerozo Escribano

Señor General:
Ayer los vimos en la tele, usted y su plana mayor, vestidos como para ir de guerra ¿Le dio miedo ir solo? ¿Creyó que la cámara le iba a disparar, general? ¿o que su entrevistador, el muñeco de ventrílocuo que cree que piensa y habla cuando salen por su boca las cosas que vienen de las tripas del Miche lo iba a atacar? Sus enemigos no están allí general, sus enemigos son otros, y tampoco le van a disparar ¿sabe? Aquí los únicos que disparan son ustedes.
Sus principales enemigos están dentro de usted: su actitud perversa y traicionera, su
arrogancia, su miedo, y su irresponsabilidad. ¿No le enseñaron en su casa que hay cosas que no se hacen, que no se dicen, y que cuando uno comete un error lo acepta, pide disculpas y se somete al castigo? Porque usted, general, hizo lo que no debía, dijo y sigue diciendo mentiras y groserías, no acepta que se equivocó, y encima quiere ser considerado como un héroe y premiado, en vez de agachar la cabeza y recibir el coscorrón que se merece.
Y se dio el lujo de dar consejos a la resistencia, consejos de goma, como las balas con las que mataron a aquel muchacho desarmado. Pero para que vea que no somos ingratos, yo también le voy a dar unos consejos. No se preocupe, no son pedradas, sólo consejos de alguien que cree que, pese a todo, allá en el fondo usted tiene una conciencia, quizá un poco apaleada pero aún viva, que le dice que no sea como es, que no le deje a sus descendientes la vergüenza de cargar con el enorme peso de ser hijos de un hombre que arruinó el futuro del pueblo al que decía defender, que se equivocó y no quiso aceptarlo, arrepentirse, ni pedir perdón.

El primer consejo, general, es que medite. Tómese unos días de descanso, quítese el
uniforme y trate de verse como hombre, como un ser humano no muy diferente de los que en este momento aguantan las palizas y los abusos de las fuerzas armadas. Trate de pensar qué sentiría usted, general, si le quitaran su presente y su futuro, y luego lo persiguieran, lo apalearan o lo mataran por pedir lo que con justicia le pertenece. Piense lo que sentiría si le mintieran, lo insultaran y lo castigaran por querer caminar por su país, decir lo que siente y piensa, y querer un mejor futuro para sus hijos. Solo piénselo, no me tiene que contestar. Pero sea sincero consigo
mismo, es el primer paso para ser sincero con los demás.

El segundo consejo, general, es que estudie. Quizá ese no sea su fuerte, pero usted bien sabe que para alcanzar ciertas metas hay que sacrificarse.
Estudie la historia, general, eso le va a ayudar a entender que las personas y las sociedades evolucionan, que lo que antes era normal ahora es una aberración, que ahora hay gente que no se traga las mentiras por miedo o ignorancia, que la tecnología hace posible que el triste espectáculo que usted, sus jefes y sus subalternos están dando se vea en todo el mundo, haciendo que el gobierno de facto y el país sean el hazmerreír y la vergüenza del planeta. Quizá también aprenda
que los generales que no saben retirarse a tiempo pierden las guerras.
Y estudie lenguaje, y filosofía, para que se dé cuenta de que se pueden cambiar las
palabras, pero no los hechos, de que un golpe es un golpe aunque lo llame de otra manera; para que entienda que el lenguaje es una herramienta para describir y conocer la realidad, y no una cortina para ocultarla. Aprenda que una verdad sigue siendo verdad aunque la diga un bandido, aunque la dijera el mismísimo Satanás, y que una mentira sigue siendo mentira aunque la digan un montón de encopetados con sedas y crucifijos, aunque la dijera un santo.
Estudie la constitución que dice defender. Por cien pesitos se consigue una actualizada, y en pocas horas habrá aprendido que el ejército debe obediencia al presidente y no a la corte, que las órdenes de captura las ejecuta la policía entre seis de la mañana y seis de la tarde, y no el ejército de madrugada; que los detenidos se llevan a los centros de detención dentro del país y que no se puede sacar a un hondureño del territorio nacional, aunque Costa Rica sea un país tan
democrático y amigable. En resumen, que todo lo que el ejército hizo aquel día es inconstitucional, y mucho más grave que obedecer la orden de hacer una encuesta ilegal, en la que al fin y al cabo usted no tendría culpa, puesto que cumplía órdenes de su jefe que, no lo olvide, es el presidente constitucional. Si le pone más empeño, aprenderá que usted tenía derecho de desobedecer una orden ilegal o inmoral, pero que eso no le da derecho a dar otras órdenes igualmente inmorales ni
a violar la constitución.
Y cuando haya terminado de leer la constitución, hágame el favor de pasársela al Miche y a los honorables diputados, que trabajan tanto y están tan ocupados que se les han olvidado algunos detallitos, como ese de que el congreso no puede juzgar ni quitar al presidente, que pueden aceptarle la renuncia pero sólo cuando no es falsificada, que no pueden tomar juramento a un nuevo presidente menos que haya ausencia definitiva del de verdad. Si les tiene confianza, quizá les puede decir que no se puede defender la constitución violando la constitución, y que los que deben ser pétreos son los artículos, no los diputados ni mucho menos sus cerebros.
No deje de darle una leída a la biblia, pero no a la biblia del asno, que no es más que una colección de burradas –el nombre no miente— de un espíritu mediocre y resentido que escupe la bilis para no envenenarse con sus propios jugos, sino la Biblia del Dios al que invocó en la tele; piense si al hacerlo ni violó el segundo de los mandamientos pétreos. Lea la biblia en la mañana, cuando apenas empieza a calentar el Sol y uno se siente contento y agradecido por haber amanecido vivo. Debe ser triste ver un hermoso atardecer y no poder ver el siguiente amanecer ¿verdad, general? La vida es una gran cosa, sólo Dios puede darla y quitarla, y es un trámite
directo, sin intermediarios. El mandamiento que dice “no matarás” es en serio, es la forma como Dios, su Dios, le dice que no se meta en sus asuntos. Usted no puede crear vida, tampoco puede destruirla. Los otros mandamientos tampoco son broma, aunque puedan estar un tanto anticuados porque Moisés, a fin de cuentas, no sabía demasiado del mundo moderno.

El tercer consejo, general, es que enfrente la realidad. No las ficciones que inventan el Miche y sus allegados desde el búnker en el que han convertido la casa presidencial, no los delirios del señor Custodio y del cardenal que se siguen creyendo infalibles en virtud de sus puestos, ni los
inútiles discursos de supuestos intelectuales que en su académica carrera por llegar a las monedas y los privilegios dejaron que se les secaran los sesos y las conciencias, sino lo que está pasando en su país, en su institución. Lo que ha pasado durante todos estos años en los que las fuerzas armadas no han hecho más que reprimir a los débiles y arrodillarse ante los poderosos. Admita de una vez por todas que cuando el ejército tuvo, por una vez en su vida, la oportunidad de defender
la soberanía, no lo hizo. Que han sido gallos para abusar de los hondureños desprotegidos, pero a la hora de la hora el ejército de El Salvador, que tampoco era gran cosa, les bajó los calzones y no dijeron ni pío, en aquella infame guerra del fútbol en la que el pueblo tuvo que defender al ejército y al país. Pregúntese entonces si existe alguna justificación para que el país gaste buena parte de sus recursos en un ejército que no le ha cumplido.

El cuarto consejo es que junte lo que haya meditado, lo que haya estudiado, y lo que haya visto y oído, y acepte que metió la pata. Junte güevos para aceptar esta realidad. Y si no lo logra pídale ayuda a su Dios, usted es creyente. Esta es la oportunidad de su vida, o acepta las cosas como son, acepta su parte de la culpa, renuncia a ser el perro que ladra y muerde a cambio de las sobras que le dan sus amos y busca la manera de aceptar responsablemente el castigo que merece y reparar –hasta donde sea posible— el daño hecho, o sigue engañándose y se hunde para
siempre dejando para sus hijos y sus descendientes la vergüenza de haber vendido su conciencia, su institución y su país por sus miedos y sus ambiciones y, peor aún, por los miedos y las ambiciones de los que llegado el momento, cuando encuentren otro perro de pelea, lo desecharán como un trasto inservible.

Y el quinto y último consejo, cuando tome la decisión de reivindicarse ante su familia, su institución, su país y su Dios, saque la cara y enfrente al mundo. Confiésese aunque sea con el cardenal para que también él empiece a aprender lo que es ser un hombre de verdad, pida perdón, sométase a la justicia humana y divina, y pague su condena. Somos nobles y reconoceremos su valor y su hombría. Sentirá con toda su fuerza la libertad del que conoce la verdad y la sigue, el orgullo de quien tiene autoridad no por llevar rayas en los hombros y estrellas en el pecho, sino por tener una estatura moral por encima de las miserias humanas.

Depende de usted, general. Gracias por sus consejos, y espero que acepte los míos.