A mí me gusta la gente. Bueno, gustar gustar no sé cuanto, porque encuentro a la mayoría de las personas, especialmente a los hombres, destructivos, ignorantes y egoístas. Adjetivos difíciles de endilgarle a un gorrión o a un rabo de nube, que esos sí que me gustan. Digamos que me da curiosidad lo que la gente piensa, y cómo lo dice. En Honduras se habla muy bonito, ayer mismo un señor me decía, refiriéndose a una planta: es bien pegativa, o sea que se pega fácil en la tierra, se reproduce generosamente.
Entonces yo platico con la gente. Claro, cierta gente, la que no tiene carro y la que anda en la calle por donde yo ando, y de ella también selecciono. Pues una señora me decía a propósito de todo lo que pasa en el país con respecto a la política, las elecciones, la consulta popular y el gobierno. Yo sólo sé que si los ricos salen llorando ahí por la tele, es que algo bueno hay para nosotros, los pobres. Sonrió. Pensamiento concreto, pensé, complejo porque requiere muchos siglos de pobreza y de riqueza observada y vivida por generaciones, donde se identifican con precisión los responsables.
Y es que aquí, aparte del desastre mental y social que provocan las iglesias todas, las personas, especialmente las mujeres, suelen tener claridad en lo que ven, escuchan y desean, aunque se pierdan en los procedimientos y en los quiénes y ahí radica muchas veces el gran problema político de todos los tiempos. Sin equivocarme, puedo decir que la gente sabe lo que quiere, en general: Quiere vivir, creer y pasársela bien. Quiere trabajar menos, quiere que no la exploten, quiere ir al hospital y que la atiendan y que la atiendan bien, quiere que las cosas funcionen, que no anden balas por el cielo atravesando cuerpos y sueños, que gane la selección, que a la familia no le falte la comida, el trabajo y la escuela, el entretenimiento, que no les miren mal a los hijos. En fin, lo que queremos casi todos y todas, a mí no me gusta la selección ni el futbol, conste.
Así que, simplemente, esta señora dijo algo interesante, crucial en este tiempo en que vemos a los líderes partidarios, empresarios y religiosos preocupados por un presidente que de de alguna manera sigue siendo “patastera ideológica” como lo nombrara mi maestro Matías Funez, pero que al verse solo, porque los ricos cercanos lo consideran un idiota, pobretón en comparación con las castas millonarias nacionales y un chabacán que saca la guitarra para mandar mensajes políticos, decidió mover teclas para jalar gente del otro lado. Así que ha hecho algunos gestos, (digo gestos porque las estructuras que permiten la corrupción, el robo y la explotación siguen intactas) hacia ese otro lado, que por cierto, está lleno de gente: aumentar el salario mínimo, recuperar el aeropuerto ocupado por los gringos para hacerlo un aeropuerto comercial, y vetar el decreto que prohíbe las pastillas de anticoncepción de emergencia, por ejemplo. Son actos excepcionales, probablemente demagógicos, pero valiosos y novedosos para quienes estamos acostumbrados a ver a los presidentes ponerse de alfombra de los gringos, y cuidándose de no levantar la voz ante uniformes, sotanas y corbatas.
La mayoría aún no entiende lo que pasa, poco se explica, mucho se distorsiona en los medios oficiales que son, digamos, todos. No se entiende mucho también porque en medio de los posicionamientos, casi todas las personas en el ejercicio político de todo cuño solemos tener un comportamiento religioso porque pareciera que buscamos feligreses y no pensantes, por lo tanto no se explica suficiente porque se buscan fieles, detrás del líder. Pero este proceso que ya anda suelto en este país va a empujar la palabra, el debate, las preguntas, las disensiones, la escucha respetuosa y ojalá la acción conciente, y eso es tan necesario como esperanzador.
Y bien dice la doña: la tele y la radio está llena de ricos llorando, con sus limpios rostros descompuestos: que si el aumento al salario mínimo, que si las consultas, que si la inversión extranjera, que el desorden nacional, …..cómo si alguna vez hubiera habido algún orden que no fuera el de ellos y sus ganancias.
Por cierto, en Honduras se le dice llorar no solo al acto de expulsar lágrimas saladas de los ojos, por martillarse un dedo, por tener hambre o por romper una relación. Llorar aquí es quejarse, y en este país la queja es deporte nacional, producto de tanta decepción, de tanta impunidad y también-digo yo- porque es un buen modo de no hacer nada, aprovechar todo y culpar al resto de lo que no se hace o no se hace bien.
En fin, llorar es quejarse, y en este momento, aquí en este inexplicable territorio, es cierto: los ricos lloran públicamente y eso no les había tocado. Y junto con la señora y otras miles de hondureñas, sonrío al verlos, y algo más.
melissa cardoza
feminista en esta Honduras movida